Tristemente, hoy me encuentro en la obligación/necesidad de volver a escribir una entrada sobre el Observatorio Astronómico de Calar Alto. Y digo tristemente porque, de nuevo, y esta vez más que en cualquier otro momento, el Observatorio está en pleno declive por la falta de apoyo institucional. Ocho personas han sido ya despedidas y la no renovación del contrato de una astrónoma de soporte provocará el cierre de uno de los telescopios ¡10 noches al mes! Es por ello que hoy quiero destacar más que el valor científico de estas instalaciones (sobradamente demostrado), el valor humano y profesional de sus trabajadores.
A menudo, cuando cuento que me voy a observar a Calar Alto, la gente se imagina que me voy a una montaña remota, aislado del mundo, en una cabaña (de madera, por ejemplo) y que me paso allí, sólo, noches y noches observando el cielo. Creo que hoy, más que ningún día, es importante que explique que esto no es así, que este observatorio funciona porque detrás, en la sombra, sin que prácticamente se perciba que están allí, hay un comando de técnicos, electricistas, mecánicos, astrónomos de soporte, personal de limpieza, administrativo y de cocina que hacen que tu estancia allí vaya sobre ruedas, que sólo te tengas que preocupar de tu trabajo y de hacerlo lo mejor que sepas. Ese comando en la sombra es, en realidad, el verdadero motor que mueve Calar Alto, el que hace que todo esté listo para que, cuando caiga el Sol, tú llegues a tu sala de observación y todo funcione a la perfección.
Hoy quiero contaros cómo es un día en Calar Alto para que valoréis el trabajo de estas personas y sepáis lo que hay detrás de un observatorio astronómico.
A 2168 metros de altura, tras una noche de observación (que puede durar desde las 8 horas en verano hasta las 13 horas en invierno), me levanto sobre las 12:00-13:00, algo cansado pues la noche anterior tuvimos un cielo estupendo (como la mayoría de noches allí) y pudimos aprovechar para observar hasta que los primeros rayos de luz del nuevo día asomaban por el Este. En los pasillos del hotel del Observatorio no se oye nada. Destapo las cortinas completamente opacas de las ventanas, hechas así a propósito para que la luz no moleste al observador nocturno que duerme de día. Por los ventanales de la habitación se ve un cielo azul, con el Sol ya en lo alto y un paisaje precioso, típico de alta montaña. El hambre hace mella y el estómago empieza a pedir algo de comer. Me visto y salgo de la habitación. Nada más salir me encuentro con el personal de limpieza que ya ha terminado de hacer las habitaciones del personal que duerme de noche. Me dirijo hacia el comedor, una estancia amplia con mesas, sillones, libros y hasta una guitarra para pasar el rato. Saludo al personal que me encuentro y ellos, con la simpatía que les caracteriza, me devuelven un “¿Cómo fue ayer la noche? ¿Algún problema con el telescopio?”. No, ninguno, todo perfecto. Al entrar en el comedor siempre suelo encontrarme con el cocinero de turno, Ángel o José Luís, dos estupendas personas además de excepcionales cocineros. Y siempre, con ellos, Elvira, para mí la mamá del observatorio, siempre pendiente de todo y con la seguridad que le dan sus años de experiencia. Tras saludar a algunos técnicos que en ese momento se encuentran comiendo, me hago mi par de tostadas con zumo de naranja y tomo mi desayuno. Para que no desayune sólo, muchas veces Ángel o José Luís se sientan conmigo y me dan conversación. Bromas y risas con ellos para empezar el día, ¿qué más se puede pedir?
Tras el desayuno, me voy a la habitación de nuevo. Al entrar, como casi siempre, la habitación ya está recogida y limpia. Como si de gnomos invisibles se tratase, el personal de limpieza ha hecho su trabajo cuando estaba fuera, para molestar lo menos posible. Impresionante. Un vistazo rápido a las imágenes tomadas la noche anterior y un par de horas de trabajo me sirven para reposar el desayuno. Después, un poco de ejercicio. A más de 2000 metros de altura es bueno moverse y hacer ejercicio físico para no atrofiar la musculatura. No me gusta mucho ir al gimnasio (aunque allí hay uno pequeño pero de enorme utilidad) así que prefiero salir a correr un poco por el monte. En mi camino hacia los senderos me encuentro con coches del personal del observatorio que se mueven de un telescopio a otro trabajando para poner todo a punto: rellenar el nitrógeno líquido, revisar la electrónica, solucionar posibles fallos de la noche anterior, mejorar algunos servicios, etc. Durante mi carrera me encuentro con algún que otro animal (zorros, cabras, ovejas e incluso alguna culebrilla). Allí arriba se respira paz y tranquilidad. Vuelvo al observatorio y me doy una ducha para estar listo a la hora de “cenar”, a las 18:30 de la tarde. Tenemos que cenar a esta hora porque las observaciones nocturnas requieren una preparación previa del telescopio, con imágenes de calibración, aunque muchas veces son los propios técnicos o astrónomos de soporte los que te las hacen. La cena es siempre exquisita. Cualquiera que sea el género los cocineros la hacen siempre de forma original y muy rica. Os podéis imaginar lo que supone pasar días o incluso semanas tan alto y trabajando, prácticamente 18 horas al día. La alimentación es clave, crucial, para mantenerte listo en todo momento para poder desarrollar bien tu trabajo. Y esta gente lo consigue. Ceno con los astrónomos de soporte, las personas que me acompañarán durante la observación nocturna y que se asegurarán de que no haya ningún problema. La cena con ellos es siempre genial. Puedes empezar hablando de la previsión del tiempo para la noche (para lo cual Luzma es una experta) y acabar contado chistes uno tras otro (para lo cual Felipe es un experto). A esta hora ya los técnicos y el personal de día se retira a sus habitaciones o baja a sus casas de los pueblos y ciudades cercanas (Gérgal, Huércal-Overa, Almería).
Tras la cena, un breve descanso de media hora o una hora en la habitación. A mí me gusta subir pronto a la sala de observación y quedarme leyendo un rato en las escaleras del edificio mientras se hacen las calibraciones. Estas escaleras dan al Oeste, y desde ellas se puede contemplar siempre una puesta de Sol impresionante. Muchas veces nos asomamos justo cuando el Sol está a punto de ponerse para intentar ver el “rayo verde“, aunque con poco éxito. Se apaga el Sol y se enciende la noche en Calar Alto. Poco a poco la luz de las estrellas se va imponiendo al brillo del cielo y podemos comenzar nuestras observaciones. Lo astrónomos de soporte me acompañan toda la noche, siempre pendientes de si necesito algo o de si falla alguna cosa. Ana, Luzma, Alberto, Felipe, Manolo, Jesús, David, Santos, Flori, Damián, Gilles. Todos, en sus turnos, siempre atentos a que todo vaya bien. También pendientes del tiempo. Si vienen nubes hay que cerrar el telescopio pues se pueden dañar los espejos con el agua de lluvia o la nieve. Mi trabajo en el telescopio se desarrolla sin sobresaltos. Si alguna vez ocurre algo, el astrónomo de soporte intenta solucionarlo. Si no puede, por ser algo que no es de su competencia, llama al técnico de guardia. A media noche hacemos un pequeño descanso y tomamos algo, para retomar fuerzas y seguir la observación. Al salir podemos contemplar nuestra galaxia, la Vía Láctea, imponente cruzando todo el cielo como una mancha blanca. Fuera todo está en silencio, oscuro, tranquilo.
Se acerca el amanecer y las estrellas vuelven a desvanecerse. Terminamos la observación y cerramos el telescopio. Los astrónomos de soporte se aseguran de que todo se haya cerrado correctamente y nos vamos a descansar. Como muchas otras, ha sido una noche estupenda de observación. Llego a la habitación y me echo a dormir.
Tengo cientos, miles de razones científicas, tecnológicas y socio-culturales para mantener abierto y en plena operación el Observatorio de Calar Alto. Pero hoy quiero destacar el valor humano de la gente que allí trabaja. Gente que lleva no años sino décadas mimando y cuidando la tecnología que hay allí y que nos ha permitido detectar planetas extrasolares, enanas marrones, galaxias lejanas y desentrañar los misterios más impresionantes de nuestro Universo. El personal de Calar Alto, extremadamente preparado, conoce al dedillo su funcionamiento y todos y cada uno de ellos son una pieza esencial de la manivela que nos permite a los astrónomos abrir esa ventana al Universo para sorprendernos y sorprender a la sociedad cada día con sus misterios.
Calar Alto y su gente son un motor de desarrollo científico, tecnológico y social no sólo para Andalucía sino para toda España y el viejo continente que, además, nos proporciona la capacidad de ir más allá, de soñar, de mirar al cielo con respeto pero también con curiosidad y afán de superación. Gracias a todos aquellos que lo han hecho posible durante tantos años.
Calar Alto es de todos. Cuidémoslo y defendámoslo.
jlillo
Noticias sobre la situación de Calar Alto:
- Artículo en Materia
- Actualización de la situación del Observatorio desde la Sociedad Española de Astronomía.
- Artículo de El País sobre la situación crítica del Observatorio.
- Artículo de Benjamín Montesinos sobre Calar Alto en Cuaderno de Bitácora Estelar.
Deja una respuesta