Somos polvo de estrellas. Los diferentes elementos químicos que componen nuestro cuerpo se formaron en el interior de estrellas hace miles de millones de años. Durante nuestra vida, los tomamos prestados del Universo, y al morir se los devolvemos para que siga su curso. El día 2 de Diciembre, el Profesor del I.E.S. Miguel Hernández José María Sanz Ríos devolvió todos sus elementos al cosmos.
Somos polvo de estrellas. Los diferentes elementos químicos que componen nuestro cuerpo se formaron en el interior de estrellas hace miles de millones de años. Durante nuestra vida, los tomamos prestados del Universo, y al morir se los devolvemos para que siga su curso. El día 2 de Diciembre, el Profesor del I.E.S. Miguel Hernández José María Sanz Ríos devolvió todos sus elementos al cosmos. Su vida estuvo plenamente dedicada a un propósito: hacer que todos y cada uno de sus alumnos nos maravilláramos ante la naturaleza, la physis en griego, la Física.
Sanz, como le llamábamos todos, tenía una forma de enseñarnos esa naturaleza con la que conseguía que saliéramos de clase pensando y haciéndonos preguntas. La Física y la Química son las ciencias de la vida, de lo que vemos. Pero no podemos explicarlas sin otra ciencia: las Matemáticas. En sus clases, Sanz nos daba los ladrillos con los que construir el puente entre el mundo real de la Física y el mundo abstracto de las Matemáticas. Y cuando construyes ese puente, nada vuelve a ser lo mismo. Empiezas a ver el mundo de otra forma. Las bolas de los árboles cinamomos que había en el paseo de camino a casa, al caer al suelo, ya no eran simples bolas cayendo de un árbol: ¿cuánto tardará la bola en caer al suelo? ¿depende ese tiempo de cuánta masa tenga la bola? ¿cómo afecta el rozamiento del aire a la velocidad y tiempo de caída? ¿tardaría lo mismo en otros planetas? Tras sus lecciones sobre el “campo gravitatorio”, empezamos a “sentir” la gravedad. Hasta entonces, aunque éramos consciente de ella, no habíamos comprendido a fondo su significado e implicaciones: la Tierra, nuestro planeta, tira de nosotros hacía el suelo, pero nosotros también tiramos de ella. Esas lecciones empezaron a desgranar y a hacer añicos el mundo tal y como lo conocíamos para después recomponerlo de una forma lógica, donde (casi) cualquier cosa se podía explicar con ecuaciones.
Sanz terminaba las clases con las manos embadurnadas de tiza blanca. Sus clases, pronto, muy pronto, empezaron a despertar nuestro interés por la ciencia. Ver cómo las ecuaciones salían de su puño y letra, y se plasmaban en la pizarra de una manera clara y amena, ver cómo transmitía su pasión por la ciencia y su asombro absoluto por el mundo que nos rodea, ver la emoción de quién estudia y explica el mundo con la ilusión de un niño y el conocimiento de un genio, fue una suerte para todos los que pudimos disfrutarle. Muchos le debemos lo que somos hoy en día. Y a muchos nos cambió el rumbo de nuestra vida. Somos decenas, cientos, probablemente miles de alumnos los que pasamos por sus aulas, los que bebimos de su conocimiento y pasión, los que en definitiva disfrutamos de sus clases y a los que nos inspiró para tomar otros rumbos. Astrofísicos, informáticos, analistas de bolsa, químicos, ingenieros de caminos, aeronáuticos… Como Pitágoras o la misma Hypatia, Sanz creó su propia escuela, su propia forma de ver el mundo y explicarlo.
En lo personal, tras el instituto, Sanz se convirtió en un amigo, alguien de obligada visita al volver a Alicante. Un café en un bar y un paseo por la ciudad eran el atrezzo de nuestras conversaciones sobre agujeros negros, supernovas, viajes espaciales y planetas extrasolares. Solía bromear mucho con la frase “Cuando yo sea Ministro…”. Pues bien, cuando yo sea Ministro, habrá una calle en Alicante que llevará su nombre: “Calle Profesor José María Sanz”. Nos vemos en el cosmos, profesor.
Jorge Lillo-Box
Nota: este artículo se publicó en el Diario Información de Alicante el día 8 de Diciembre de 2020 en su versión impresa.
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