El planeta que nunca estuvo ahí

Los resultados científicos no son inmutables. Y en ello recae, precisamente, la belleza y la fiabilidad de la Ciencia. Son muchos los ejemplos a lo largo de la historia de teorías científicas refutadas por nuevas observaciones o nuevas evidencias. Y no pasa nada, porque la ciencia está hecha por individuos y basada en los datos y las evidencias que se tienen en el momento de hacer cada descubrimiento. Por su parte, los científicos somos humanos y como tales tenemos nuestros propios sesgos (aunque intentamos evitarlos a toda costa porque sabemos que son nuestro peor enemigo) y cometemos errores a nivel individual, que se corrigen y mitigan gracias la revisión de los resultados por parte de otros científicos del mismo campo que intentan “destruir” (en el buen sentido) tus resultados. Por la otra parte, las teorías o los descubrimientos se publican con la información y las evidencias que se tienen hasta la fecha. Nuevas observaciones pueden cambiarlo todo. Y en nuestro día a día nos encontramos con ejemplos de ello. La clave está en saber cuál es el momento en el que estás suficientemente seguro de tu hallazgo como para darlo a conocer al resto de la comunidad científica y a la sociedad. 

Los resultados científicos no son inmutables.

Y en ello recae, precisamente, la belleza y la fiabilidad de la Ciencia.

Pero es importante puntualizar y transmitir una idea fundamental para evitar especulaciones y negacionismos absurdos basados en la nada: la revisión de resultados científicos, la publicación de resultados contrarios a los publicados con anterioridad, no invalida en absoluto a la Ciencia o al método científico; al contrario, refuerza nuestro trabajo y al sistema en el que funciona la propia Ciencia. Este sistema, con sus defectos y virtudes es el que nos ha permitido llegar hasta el grado de desarrollo tecnológico que tenemos ahora, nos ha permitido entender nuestro entorno hasta límites mucho más allá de la concepción de nuestro ser que se tenía hace milenios, y hemos podido corroborar multitud de teorías científicas que son hoy la base de todo ese desarrollo y conocimiento. Por tanto, los resultados científicos son revisables siempre; pero el método científico y nuestro conocimiento de las cosas con la información que tenemos en la actualidad es extremadamente preciso (hasta que se demuestre lo contrario). El negacionismo vacío y sin ánimo de refutar los hallazgos científicos sin pruebas y demostraciones o con la aportación de datos falsos, sesgados o sin fundamento que no son reproducibles por otros es, simplemente, una pantomima; una invención desairada de personas que necesitan atención y cuyo único objetivo es ellos mismos, tu atención, y de una forma indirecta, o a veces directamente, tu dinero.

Hoy publicamos una revisión de un resultado previo publicado por otro equipo de investigadores en el que se confirmaba la existencia de un planeta muy interesante, llamado K2-399b, con unas propiedades que lo hacían muy atractivo para estudiar cómo se forman y evolucionan los planetas. Lo que publicamos hoy es que K2-399 b no es un planeta. Os cuento la historia.

En Febrero de 2018 el telescopio espacial TESS lanzado por la agencia espacial NASA observó que la estrella K2-399 disminuía su brillo durante poco más de hora y media, recuperándolo tras ese lapso de tiempo. Dieciocho horas más tarde, se repetía el mismo efecto: la estrella volvía a apagarse ligeramente para poco después recuperar su brillo. No es un fenómeno ajeno a los investigadores que nos dedicamos a la exploración de nuevos mundos más allá del Sistema Solar (exoplanetas). Es lo que conocemos como un tránsito planetario. El planeta, un cuerpo oscuro y sin luz propia, al pasar por delante de su estrella desde nuestro punto de vista, bloquea parte de su luz haciendo que parezca menos brillante. Al dar una vuelta completa en su órbita y volver a la misma posición, el fenómeno se repite. Y así continuará durante la vida de ese sistema planetario. Estos tránsitos fueron analizados por un grupo de investigadores del Instituto de Ciencias Exoplanetarias de NASA (NASA Exoplanet Science Institute, NExSCI) en el Instituto Tecnológico de California (Caltech). En su análisis, los investigadores concluyeron que esos tránsitos debían provenir, efectivamente, de un planeta. En su trabajo, descartaron otras posibilidades que también podrían haber provocado que la estrella se apagase… o pareciera apagarse. Y es que resulta que, como no vemos el planeta en sí mismo sino sus efectos indirectos (la disminución de la luz al pasar por delate de su estrella) la naturaleza nos puede estar engañando con otros fenómenos que producirían ese mismo efecto. Por ejemplo, podemos imaginar una estrella como el Sol alineada casi perfectamente en nuestro cielo con un par de estrellas muy débiles que se eclipsan entre sí. En ese caso, y como no podemos ver las estrellas individualmente, veríamos un pequeño eclipse que nos podría parecer que proviene de un planeta alrededor de la estrella similar al Sol. Lo que hicieron los investigadores del NExSCI fue descartar estadísiticamente cualquier otro escenario que no fuera el de un planeta y llegaron a la conclusión de que la probabilidad de que la señal fuera debida a un planeta era de más del 99.9995%. Así que dieron el planeta por confirmado y lo publicaron en la revista The Astronomical Journal

Ilustración de un exoplaneta con una atmósfera evaporada por la radiación de su estrella. Crédito: NASA/JPL-Caltech

Pero no era un planeta cualquiera. Las características de este planeta lo hacen muy muy interesante. Era un tipo de planeta muy exótico, lo que conocemos como un Neptuno caliente. Y es que resulta, que conocemos decenas de planetas como Júpiter (más grandes que Neptuno) que orbitan muy cerca de sus estrellas con años que duran pocos días. También conocemos planetas rocosos como el nuestro (más pequeño que Neptuno) que orbitan también así de cerca de sus estrellas. Sin embargo, hay un desierto de planetas como Saturno o Neptuno tan cerca de sus estrellas progenitoras. Es lo que conocemos como “el desierto de Neptunos”. Su porqué, su origen, no lo conocemos todavía con exactitud, pero el hecho de que exista nos da mucha información sobre cómo se forman los planetas y qué procesos sufren durante su vida. En particular, cómo sus atmósferas son volatilizadas (o evaporadas) cuando se acercan tanto a sus estrellas progenitoras. Sin embargo, K2-399 b estaba ahí en medio, vagando por el desierto de Neptunos, sin inmutarse de la altísima radiación de su estrella que le debería haber evaporado toda su atmósfera. ¿Cómo había conseguido K2-399b mantenerse firme y retener su envoltura de gas? Era un verdadero misterio para el que varios grupos de investigadores se habían lanzado a solicitar tiempo de observación en telescopios e instrumentos de última generación tanto terrestres como espaciales. Y sin embargo…

Nuestro equipo de investigación en el Centro de Astrobiología, compuesto por dos investigadores predoctorales (Amadeo Castro-González y Olga Balsalobre-Ruza) y yo mismo como investigador principal, nos dimos cuenta de que a pesar de ser un planeta para el que podríamos medir muy bien su masa, nadie parecía haber podido obtenerla. Así, solicitamos tiempo de observación en el instrumento CARMENES, situado en el telescopio de 3.5 metros del Observatorio astronómico de Calar Alto en Almería (España). Las observaciones produjeron resultados muy extraños, que no parecían coincidir con la presencia de un planeta en el sistema. Así que preguntamos a otros colegas tanto de Estados Unidos como de Italia e Inglaterra, que también habían obtenido datos pero nunca los habían publicado. Al juntar todos los datos, la realidad surgió rápidamente: K2-399 b no era un planeta sino un sistema estelar triple. Tres estrellas cuya configuración mimetizaba a la perfección la de un planeta. En realidad, lo que teníamos era una estrella como el Sol (aunque algo más caliente) alrededor de la que orbitan con un periodo muy largo, dos estrellas muy frías y muy juntas la una de la otra, con un periodo de pocos días. Esas dos estrellas frías se eclipsan la una a la otra, produciendo los tránsitos que observó la misión TESS (ver figura). Este resultado ha sido aceptado recientemente para su publicación en la revista Astronomy & Astrophysics.

Nuevos datos y la colaboración de investigadores de varios países han dado lugar a una nueva evidencia: K2-399 b no es un planeta. Desde el punto de vista científico, esto es muy interesante, porque nos hace plantearnos ¿por qué? ¿Qué ha fallado o que se había obviado en la cadena de análisis y procedimientos que dieron lugar a la confirmación de un planeta que no era tal? Es así como la ciencia y sus métodos avanzan, mejoran y se refinan, para ser más y más fiables. 

Esta no es una historia de fracaso, sino de reafirmación y transparencia de la Ciencia y el método científico.

jlillobox 

Referencias:

  • Lillo-Box et al., 2024, A&A: “K2-399 b is not a planet. The Saturn that wandered through the Neptune desert is actually a hierarchical eclipsing binary“: https://arxiv.org/abs/2408.11732
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